Todavía no entiendo el miedo a envejecer, no me preocupan las arrugas, ni el sinnúmero de cosas que vienen con la edad, no le temo a los estereotipos, ni pienso que deba dejar de hacer absolutamente nada producto de los años adquiridos.
Pero debo ser honesta y reconocer que los cumpleaños de números más grandes traen consigo una sensación, que a una semana de mi cumpleaños y sumergida en el episodio de baja más profundo que jamás había vivido y ya agotada de sentirme como me siento, me detengo a analizar ¿Qué es eso que me está consumiendo?
Con apatía ante todo, sin ganas de comer, sin poder literalmente moverme, pensando qué decirle a mi terapeuta, cómo explicarle lo que pasa por mi cabeza, me di cuenta de que no sabía y aunque del todo aun no lo sé y tampoco sabría que decirle a él, hoy a medida que inexplicable y literalmente, empecé a sentir una luz, empecé a sentir mi casa, el rincón del comedor donde siempre estoy sentada y en donde he estado emplastada las últimas 5 semanas, iluminado, más claro.
No sé si hay alguna influencia del solsticio de verano, pero hoy las lágrimas despejaron mis ojos nublados y sentí respuestas en silencio.
¡Es que quiero muchas cosas! Me gritó la esperanza alojada en el pulmón de mis complejos y ahí, abrazadas de la impostora de mi síndrome, fue donde todas mis emociones se miraron porque tampoco sabían qué botón pulsar para darme respuestas o mostrarme los caminos, esos que, en las tinieblas de mis dudas, no sé encontrar.
Y también estaba, la Angustia de los años, esa emoción que Riley aún no ha descubierto, pues ella llega después de los 40, cuando empiezas a sentir que se te acaba el tiempo, cuando empiezas a medir lo que tienes y todo lo que no está, todo eso que, con todo tu ser, deseas.
Angustia, junto a envidia, siendo observadas en secreto por Ansiedad y con la sonrisa a oscuras de Soledad, calculan todo lo que se supone que ya tengas a esta edad y no solo lo que se supone, las cosas por las que YA trabajaste, por las que llevas años luchando, pero aún no llegan, porque en algún lugar del Universo, los Dioses continúan soplando los dados de tu suerte y aun no los lanzan. Pero suspiras esperanzada de que seas como Vera Wang y en algún año de los 40, diseñes el patrón “noviezco” de tus sueños.
Sí, los 40 puede que sean los nuevos 30, pero ellos también aterrorizaron a toda una generación que pensaron solo les tocaría vestir Santos.
Entonces ¿Cuál es el terror de mis 40’s? Esto no lo sentí el año pasado cuando en efecto, cambié el digito, me pasa ahora cuando llega el +1, cuando en un arranque de locura empiezo a ver allá a lo lejos, los 50 en espera de mi llegada triunfal.
¿Cuándo me toca triunfar? ¿Qué es triunfar? ¿Será eso? ¿Será que ahora empieza un conteo regresivo lleno de expectativas?
Pero ellos me dan esperanza, todos los años que me faltan por cumplir, porque, aunque este rompecabezas quizás se le pierdan algunas piezas o la niña naranja no me deje nunca jugar con la amarilla y la azul siempre intente ganar, quiero seguir aquí.
Será que ahora empieza un conteo regresivo lleno de expectativas?
Todavía no entiendo el miedo a envejecer, no me preocupan las arrugas, ni el sinnúmero de cosas que vienen con la edad, no le temo a los estereotipos, ni pienso que deba dejar de hacer absolutamente nada producto de los años adquiridos.
Pero debo ser honesta y reconocer que los cumpleaños de números más grandes traen consigo una sensación, que a una semana de mi cumpleaños y sumergida en el episodio de baja más profundo que jamás había vivido y ya agotada de sentirme como me siento, me detengo a analizar ¿Qué es eso que me está consumiendo?
Con apatía ante todo, sin ganas de comer, sin poder literalmente moverme, pensando qué decirle a mi terapeuta, cómo explicarle lo que pasa por mi cabeza, me di cuenta de que no sabía y aunque del todo aun no lo sé y tampoco sabría que decirle a él, hoy a medida que inexplicable y literalmente, empecé a sentir una luz, empecé a sentir mi casa, el rincón del comedor donde siempre estoy sentada y en donde he estado emplastada las últimas 5 semanas, iluminado, más claro.
No sé si hay alguna influencia del solsticio de verano, pero hoy las lágrimas despejaron mis ojos nublados y sentí respuestas en silencio.
¡Es que quiero muchas cosas! Me gritó la esperanza alojada en el pulmón de mis complejos y ahí, abrazadas de la impostora de mi síndrome, fue donde todas mis emociones se miraron porque tampoco sabían qué botón pulsar para darme respuestas o mostrarme los caminos, esos que, en las tinieblas de mis dudas, no sé encontrar.
Y también estaba, la Angustia de los años, esa emoción que Riley aún no ha descubierto, pues ella llega después de los 40, cuando empiezas a sentir que se te acaba el tiempo, cuando empiezas a medir lo que tienes y todo lo que no está, todo eso que, con todo tu ser, deseas.
Angustia, junto a envidia, siendo observadas en secreto por Ansiedad y con la sonrisa a oscuras de Soledad, calculan todo lo que se supone que ya tengas a esta edad y no solo lo que se supone, las cosas por las que YA trabajaste, por las que llevas años luchando, pero aún no llegan, porque en algún lugar del Universo, los Dioses continúan soplando los dados de tu suerte y aun no los lanzan. Pero suspiras esperanzada de que seas como Vera Wang y en algún año de los 40, diseñes el patrón “noviezco” de tus sueños.
Sí, los 40 puede que sean los nuevos 30, pero ellos también aterrorizaron a toda una generación que pensaron solo les tocaría vestir Santos.
Entonces ¿Cuál es el terror de mis 40’s? Esto no lo sentí el año pasado cuando en efecto, cambié el digito, me pasa ahora cuando llega el +1, cuando en un arranque de locura empiezo a ver allá a lo lejos, los 50 en espera de mi llegada triunfal.
¿Cuándo me toca triunfar? ¿Qué es triunfar? ¿Será eso? ¿Será que ahora empieza un conteo regresivo lleno de expectativas?
Pero ellos me dan esperanza, todos los años que me faltan por cumplir, porque, aunque este rompecabezas quizás se le pierdan algunas piezas o la niña naranja no me deje nunca jugar con la amarilla y la azul siempre intente ganar, quiero seguir aquí.